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EXPOSICIONES TEMPORALES

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LUIS ARGEMÍ. Murcia en los años cuarenta. Exposición fotográfica producida por Espacio Molinos del río_ Caballerizas.

20/09/2017


La exposición "Murcia en los años cuarenta. Fotografías de Luis Arrgemí" se amplia hasta el sábado 18 de noviembre de 2017.

 

Paralelamente a la producción de la exposición el Museo Hidraúlico también ha editado un catálogo con textos del escritor Santiago Delgado y que acompañan a cada una de las imágenes.Tiene un precio de seis euros.

Mirar fotografías en blanco y negro de 70 u 80 años atrás es un ejercicio que atañe a la nostalgia, claro; pero que va mucho más allá. Es una reconstrucción de modos, de formas, de paisajes urbanos ya idos. Y es también recuperar algo perdido: la felicidad de salir en una foto, una costumbre hoy devaluada por los sel es y similares. Hoy, la foto es algo trivial, debido a los móviles. Entonces no lo era. Hoy, las fotos son en color; entonces eran en blanco y negro. Pero esa diferencia, siendo visualmente esencial, no per la bien la diferencia que va de un tipo de foto a otro. Ni siquiera el soporte, virtual hoy, material efectivo entonces, marca esa diferencia. Lo fundamental es la emoción y el sentimiento que ser fotogra ado y salir en las fotos. Eso, de la manera e intensidad en que ocurría entonces, hoy no sucede. Hay una alegría sincera, nada  ngida, en los rostros. Hay una inocencia cándida que hoy hemos perdido. Había la conciencia de integrarse en la modernidad. Hoy, la novedad de lo moderno es tan consuetudinaria que no asombra como entonces. Parece que, en nuestros días, hacernos fotos sea un dato más del paisaje. Hacerse una foto, entonces, era una  esta. Una singularidad festejable. Por eso es delicioso reconocer esa ingenuidad hermosa de ser testigo y protagonista a la vez de un hecho reseñable. Dicho de otra manera, lo trivial engulle al misterio. Las fotografías de entonces eran el misterio, hoy son lo trivial.

Luis Argemí fue un hombre con iniciativa, en un tiempo en que o heredabas o eras funcionario. Las alternativas a tales contingencias no eran sino la picaresca o el emprendimiento. Argemí optó por lo segundo. Captó las ganas de ser retratada -y, por tanto de sonreir- que tenía la gente, con una guerra a tan pocos pasos anuales, y se lanzó a la calle a retratar. No esperó que nadie viniera a su estudio, por otra parte, inexistente. Y con la alianza cómplice de un clima benigno fue escogiendo sus escenarios: el Puente Viejo, la Plaza de Esteve Mora, el Parque de Ruiz Hidalgo, la Plaza del Arenal (Martínez Tornel en la o cialidad) y esperó a que llegaran los clientes. Eludió escenarios de lujo: La Catedral, el Casino, el Ayuntamiento... No quería que el ambiente se comiera a las almas, a las personas retratadas. Aunque, a pesar de todo, ahí están los fondos, siempre reconocibles.

Toda una Murcia de postguerra, que andaba leyendo que el con icto europeo se acababa también al  n, pasó por el objetivo de este incansable fotógrafo, emprendedor y hombre de arte que fue Luis Argemí. Pero son también estas fotografías una impronta de aquella España que andaba ya saliendo del gasógeno para los coches, pero que aún no había vuelto de los carros y las mulas o asnos de tiro para transportar lo que hubiera que transportar de la Huerta a la Ciudad o viceversa.

Él quería fabricar sonrisas. No quería -era otra cosa, que también hizo- fabricar postales de uso interno. Y ¡vaya si las fabricó! Toda una generación se fotogra ó en el Puente Viejo, yendo o viniendo del Barrio, como por antono- masia se llamaba al Barrio del Carmen. Abuelas con nietos, madrinas con ahijados que daban sus primeros pasos, parejas con peinetas y mantillas de Jueves Santo. Y soldados que iban o venían del paseo de media tarde, con sus largos abrigos de campaña. Y  las de amigos y de amigas, en una ciudad sin coches. Toda una manera de entender el look que hoy decimos. Gabardinas, trajes de chaqueta, rebecas, topolinos... E intrusos en las fotos que el objetivo no supo eludir. Esos son los que no sonríen. Saben que la foto no es para ellos, y asisten al espectáculo de la sonrisa fotográ ca como invitados sin invitación, con su rostro de diario. No con el rostro del domingo, que, no obstante, una foto de Argemí les sabía sacar en día plenamente laboral.

Y así, el testimonio sustituye a la nostalgia, y se emparenta con aquel vivero de sonrisas de un posguerra larga y tediosa, de pensamiento único y paso uniforme. Argemí rescató las sonrisas de los cuarenta y de los cincuenta. Unas sonrisas que brillaban por el día y la tarde, en las vísperas primaverales y otoñales de una Murcia, aún ciudad levítica. Pero a la que las cámaras de Argemí hacían creerse modernas. Porque esa fue la magia de Argemí, tirar de la modernidad. Democratizar la fotografía, llevarla al pueblo. Sacarla del cutre espectáculo de feria, de barracón de los milagros pueblerino. La hizo urbanita, le dio credencial ciudadana. Y todos los murcianos decidieron que eso les gustaba. Integró a la máquina de fotos en el acervo de los eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa, como dijo el poeta. Y todos entendieron que la modernidad estaba llamando a la puerta. Pronto, no se podría andar sobre la calzada. Y los carruajes empezarían a desaparecer. Una Murcia de semáforos y de estridencias de motocarros llegaba pujante para desplazar a las galeras, a los burros aparcados en las aceras, defecando sobre ellas. Murcia y España salían, o empezaban a salir, de la sociedad agropecuaria española de todos los tiempos.

Hoy es el fausto día en que la digna y loable labor de Luis Argemí salta de lo que fue el producto laboral de una dedicación destinada a sustentar la familia, a ser, en cierto modo, arte. O dedicación artística. En todo caso, evento cultural que la ciudad festeja, como la memoria recuperada de una sonrisa perdida. Una sonrisa primigenia, no prefabricada y multiusada.

Murcianos, alegrémonos de recuperar a Luis Argemí, un notario de la época de cuando aún era todo en blanco y negro; pero con sonrisas.

Santiago Delgado

 

 

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