La Sala Caballerizas de Los Molinos del Río alberga desde este viernes 4 de marzo y hasta el 23 de abril la exposición ‘La imagen ausente’ de Rocío Kunst, artista murciana emergente, ganadora del CreaMurcia 2021 de Artes Plásticas. La autora presenta una selección fotográfica, fruto de un Reactivo Cultural de 2021 de la línea de fotografía, arquitectura y diseño, impulsado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Murcia
La muestra está comisariada por el profesor de Historia del Arte de la Universidad de Murcia, Miguel Ángel Hernández, para quien “las fotografías de Kunst nos introducen en una zona de sombra que envuelve a personajes solitarios, cuyos cuerpos levemente iluminados caminan hacia la oscuridad del espacio doméstico; un refugio y también una trinchera”.
Para la autora este proyecto plantea interrogantes que no necesariamente tienen una respuesta. “He tenido que aceptar que hay un punto
ciego al que quizá nunca tenga acceso, pero también sé que
es entre las sombras donde se pueden apreciar los pequeños
destellos de luz, de esperanza”.
La vida de las sombras
Miguel Ángel Hernández
En La vida del espíritu, Hannah Arendt observó las relaciones entre el pensamiento y la sombra. Mientras que la vida activa –el trabajo y la acción– se desarrolla en el terreno de lo público, la vida contemplativa, la actividad del pensamiento, tiene lugar en el espacio íntimo, lejos de la luz y el ruido constante. Para pensar, dice Arendt, es necesario retirarse del mundo y adentrarse en las sombras. Encontrarse ahí con uno mismo. A este estado existencial lo denominó “solitud” –solitude–, para distinguirlo de la “soledad” –loneliness–, en la que el sujeto está aislado, “privado de la compañía humana y también de la propia compañía”. En ese recogimiento silencioso y oscuro el sujeto se protege y se reencuentra, desarrolla su pensamiento. Sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodea.
Hoy, casi cincuenta años después del libro de Arendt, podemos decir que la solitud prácticamente ha desaparecido. La transparencia, la luz y el espectáculo del mundo contemporáneo llegan a todos los rincones de nuestra intimidad y apenas nos quedan espacios en penumbra. Vivimos en el brillo de la sobreexposición. Y más que nunca necesitamos espacios ensombrecidos, capaces de resguardar al sujeto, promover ese encuentro íntimo y hacer surgir el pensamiento libre –que para Arendt era, en realidad, la única posibilidad de la acción política y la transformación del mundo–.
En ese contexto de luz enceguecedora, las fotografías de Rocío Kunst nos invitan a introducirnos en una zona de sombra y recuperar así la solitud. Sus personajes solitarios se encuentran envueltos por la penumbra. Iluminados levemente, sus rostros y sus cuerpos caminan hacia la oscuridad. La oscuridad del espacio doméstico. Porque es la casa el lugar que acoge a estas mujeres, que las abraza y que las protege. Un refugio y también una trinchera, una zona de combate interior.
Recuerdan estas obras a las fotografías performativas de la primera Cindy Sherman, fotogramas de una película inexistente cuya historia nunca podemos reconstruir del todo. Y, en otro sentido, también nos hacen pensar en las imágenes evanescentes de Francesca Woodman, el sujeto camuflado e integrado en el espacio íntimo, en el límite de la desmaterialización. Dos modos de autorretrato, el de Sherman y el de Woodman, aparentemente antagónicos, pero en última instancia atravesados por una pulsión de desaparición: en el lenguaje –el sujeto que se oculta en los roles de la cultura– o en el propio cuerpo –la figura que se desvanece y se convierte en un fantasma–. De alguna manera, entre esas dos maneras de entender el trabajo con la imagen y con el yo podemos situar la obra de Rocío Kunst. Una toma de conciencia de los estereotipos culturales que conforman lo social –en especial, la construcción de lo femenino y su adscripción a ciertos espacios concretos– y una concepción de la subjetividad etérea e inasible, llena de recovecos imposibles de iluminar, que sólo es posible habitar lejos de los focos de lo público.
Al analizar las imágenes de Rocío Kunst, solemos hablar de las protagonistas de sus historias, de las mujeres que esperan, que miran o que se mueven hacia algún lugar fuera de campo. Pero también deberíamos hablar del espacio. Porque el espacio en sí parece respirar en estas fotografías. El espacio que acoge y al mismo tiempo amenaza. Casi en el límite de lo siniestro. Puertas, pasillos y escaleras. Espacios de paso hacia un lugar que desconocemos. Espacios domésticos que pierden sus límites arquitectónicos y se convierten en una masa lóbrega sin forma, una cueva oscura que absorbe a los personajes hacia sí.
La artista narra a través de la elipsis. Son historias que tienen un antes y un después que desconocemos. Son instantáneas de un relato a cuyo sentido último no podemos acceder porque está fuera de campo. Del campo visual y también del campo temporal. Un antes y un después, pero, a la vez, un aquí y allá que no podemos ver porque se encuentra ensombrecido. De ese modo, el propio espacio se configura como elipsis. Una zona de sombra donde se apaga la historia que podemos ver. Ahí tiene lugar la solitud, el pensamiento, el encuentro de los personajes de la imagen consigo mismos. Pero también ahí se produce una zona de sombra –un espacio de pensamiento– para el espectador. Porque ahí, en última instancia, habita el ojo de quien contempla la imagen. En esos espacios oscuros, el ojo se inquieta y se moviliza intentando captar algo que se le niega. Frente a las imágenes de luz que lo muestran todo y adormecen la actividad visual, aquí el ojo se activa. Y también se frustra. Tiene que asumir que hay un lugar al que no puede acceder, un punto ciego, un escotoma. Un espacio secreto inaccesible.
La toma de conciencia de ese invisible promueve una visión diferente y alternativa a la visión del espectáculo. Una visión que respeta lo íntimo, que no pretende desvelar y desnudar al otro y que reconoce su radical alteridad, más allá de la luz que todo lo iguala. Es así como la obra de Rocío Kunst se erige como una plataforma de resistencia ante un régimen de transparencia despiadado, que vulnera al diferente y anula su posibilidad de constituirse como sujeto libre. Tal vez esa sea la única tarea del arte en la era de la imagen: hacernos ver y pensar de otro modo. Generar oscuridad. Penumbra. Caminar entre las sombras.